Pedir perdón
El día 20 del mes pasado el papa Francisco publicó
una carta dirigida a todo el Pueblo de Dios con motivo de los
escándalos de índole sexual de algunos clérigos sobre fieles a su cargo,
de forma especial en menores de edad. Reconocía el pecado y el delito
de los miembros de la Iglesia, pedía perdón a las víctimas en nombre de
todos los católicos, sentía vergüenza y arrepentimiento por el daño
causado, deseaba colaborar y generar una cultura capaz de evitar
situaciones similares y nos rogaba conversión personal concretada en la
penitencia y la oración de todos para con todos.
Con seguridad que muchos de vosotros
ya habéis leído la carta. A quienes no lo han hecho, les invito a su
lectura. No puedo reproducir aquí su contenido aunque la misiva es corta
(cuatro folios) y de fácil lectura. Mi obligación y mi responsabilidad
pastoral me impulsan a participar de los mismos sentimientos y acciones
del Papa pidiendo a todos los diocesanos que acepten sus orientaciones
centradas en un tema concreto que a todos molesta y preocupa, con
distinto grado de responsabilidad –mucho más los pastores que los
fieles, mucho más los delincuentes que los inocentes- e implicados todos
por nuestra pertenencia a un mismo Pueblo de Dios. Queriendo subrayar
esto último, empieza la carta con estas palabras de san Pablo: “Si un
miembro sufre, todos sufren con él” y termina con una concreta petición
que nos dirige a todos: “Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la
conversión y la unción interior para poder expresar ante estos crímenes
de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía”.
El texto de la carta sorprende,
conmueve y nos interpela. Es demasiado serio el tema. Son trágicas sus
consecuencias. No tienen justificaciones los motivos. Tampoco cabe
disminuir su importancia argumentado disculpas o utilizando pretextos
para no asumir la propia responsabilidad. Es cierto que es pequeño el
porcentaje de los abusadores comparado con la totalidad, que otras
muchas instituciones han tenido problemas similares, que nadie
acostumbra a pedir perdón por hechos del pasado y de responsabilidad
individual, que en todos los sectores y organizaciones sociales se han
dado los mismos abusos, que los medios de comunicación magnifican los
hechos referidos a los católicos, que es un ataque furibundo contra
nuestra Iglesia. No entra el Papa en estos argumentos; quiere ir al
corazón de todos nosotros para que cambiemos nuestra forma de afrontar
esta tragedia y para transmitir con transparencia el rostro de Cristo a
la sociedad actual. Y, por supuesto, este gran drama complica mucho
nuestra propia credibilidad.
Cito unas frases de la carta para
vuestra reflexión: “El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al
cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado,
callado o silenciado”. “Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad
eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no
actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño”.
“Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de
nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu”. “Hoy
queremos que la solidaridad entendida en su sentido más hondo y
desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y
futura”. “Es necesario que cada uno de los bautizados se sienta
involucrado en la transformación eclesial y social que tanto
necesitamos”. “Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos. La
conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los delitos y
las heridas generadas en el pasado”.
No quería dejar pasar más tiempo sin
anunciar mi responsabilidad y unirme a las palabras del Papa. Que el
Señor nos conceda la luz suficiente para buscar la verdad de las
situaciones y la dignidad de todos nuestros hermanos.
+ Salvador Giménez, obispo de Lleida.