Carta semanal del Obispo de Lleida

Muchas familias celebran en este tiempo de Pascua las Primeras Comuniones de sus hijos, lo viven con alegría y hacen fiesta por ello. A raíz de estas celebraciones   me surge una reflexión que deseo compartir con todos vosotros. En algunos aspectos, podemos extenderla al sacramento de la Confirmación.
           La primera comunión es un acontecimiento familiar y parroquial que genera un gran número de comentarios acerca de la naturaleza del mismo, de los actores que coadyuvan a su realización, de los riesgos y compromisos que entraña y de las preocupaciones y dificultades que suscita.

            Todos sabemos que la celebración de los sacramentos es esencial aunque sea reducido el tiempo dedicado a ello. Es más largo el período de preparación. Durante varios cursos los niños y los jóvenes acuden semanalmente a la catequesis para recibir uno u otro sacramento. Para ello hay una organización donde el párroco, los catequistas, los materiales escritos, los locales se ponen a disposición de las familias para que los catequizando sean introducidos en un adecuado conocimiento del misterio de Cristo. En una breve síntesis, podemos decir que se explican los contenidos de la fe, se dedica un tiempo a la oración, se lee y se escucha la palabra de Dios, se participa en las celebraciones parroquiales, se muestra el camino para conocer el bien y el mal enseñando a obrar al estilo de Jesucristo, se invita a continuar participando en la parroquia y se ponen las bases para el futuro apostolado.
            A pesar de los cuantiosos medios utilizados, aparece una cierta insatisfacción en los distintos agentes que intervienen en todo el proceso. Por parte de los párrocos y sacerdotes en general al constatar la reducida perseverancia de los niños y la poca colaboración de los padres, volcados, eso sí, en la fiesta familiar.
            Por parte de los catequistas al apreciar la relación del esfuerzo realizado y el resultado del mismo; además de sumar la creciente exigencia de su propia formación y los muchos años dedicados a esta noble tarea.
            Por parte de los niños cuando exteriorizan cansancio o apatía debido a las muchas actividades extraescolares que la familia les propone.
            Por parte de los padres cuando no pueden, no saben o no quieren colaborar en la educación en la fe en el seno de su familia. En ocasiones parecen más preocupados por los aspectos materiales y externos de la celebración que de una auténtica formación religiosa para ellos y para sus hijos.
            Somos conscientes de todos esos elementos que producen insatisfacción. Incluso algunos comentarios irónicos o despreciativos en los medios de comunicación sobre los costes, los boatos o las incoherencias. Sin embargo es mucho más llamativa la lista de aspectos favorables que la catequesis produce. Os señalo algunos: dedicación entusiasta, cohesión parroquial, alegría por seguir el anuncio del Señor, colaboración de más personas de las que imaginamos o recuperación de otras que se suman a esta tarea, padres que siguen conscientemente el propio proceso catequético, abuelos que ayudan.
            Desde luego es imprescindible para todo cristiano anunciar a Cristo. Y en la catequesis se hace de una manera sistematizada. Acentuemos la parte positiva de este proceso. No nos quedemos en el lamento continuado. Manifestemos felicidad por el esfuerzo realizado de vivir con coherencia nuestra fe y por el empeño en la tarea de transmitirla. Os agradezco la dedicación y el tiempo de vuestra formación.

+ Salvador Giménez Valls, Obispo de Lleida