Nuevos Santos para la Iglesia
Queridos diocesanos:
El pasado día 14 de octubre el papa Francisco
presidió la Santa Misa y la canonización de siete
beatos. Dos muy
conocidos, el papa Pablo VI y el arzobispo Óscar Romero y los otros
llamados «beatos de la caridad» (Francesco Spinelli, Vincenzo Romano,
María Catalina Kasper, Nazaria Ignacia March y Nunzio Sulprizio), muy
venerados en sus propios países o congregaciones. En la ceremonia en la
plaza de San Pedro del Vaticano se notaba una profunda alegría y un
mayor agradecimiento a Dios por situar a estas personas como modelos a
seguir para todos los cristianos que desean caminar tras las huellas de
Jesús. Me parece que muchos de vosotros seguisteis la celebración por
medio de alguna cadena de televisión o de radio y acierto si digo que os
conmovió el acontecimiento y os hizo reflexionar mucho la homilía del
Papa.
Mi comentario de hoy se centra en los dos santos
más conocidos sin restar importancia a las virtudes de los otros cinco.
Cada uno de ellos tiene sus propias características personales que son
susceptibles de ejemplaridad para todos; de ninguna manera unos son más
relevantes que otros.
El primero es PABLO VI. Su nombre de bautismo fue
Juan Bautista Montini, nació en Concessio, cerca de Brescia, en
Lombardía, al norte de Italia, el día 26 de septiembre de 1897 y murió
en Castelgandolfo el día 6 de agosto de 1978. Fue el 262 Pontífice de la
Iglesia católica, elegido en junio del año 1963 sucediendo a san Juan
XXIII. Fue beatificado el 19 de octubre de 2014 y aceptado un milagro
que se incorporó a la causa de canonización. Continuó y clausuró el
Concilio Vaticano II (1962-1965) que ha sido el acontecimiento más
trascendental del siglo XX para nuestra Iglesia.
Según mi parecer este gran hombre puede ayudarnos
en alguna de sus facetas personales. Muy preocupado por los problemas
del mundo, es llamado «el Papa de la vida» por su defensa de la
concepción; algunos lo conocen como el hombre del diálogo; fue muy
ecuánime en todos los asuntos de la Iglesia tras las corrientes
postconciliares y manifestó siempre un canto a la esperanza en el Dios
de Jesucristo que nos trae la salvación para toda la humanidad.
El segundo es ÓSCAR ARNULFO ROMERO, arzobispo de
San Salvador. Nació el día 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, del
departamento de San Miguel; fue asesinado en el altar mientras celebraba
la Santa Misa el día 24 de marzo de 1980. Justo diez años después se
inició la causa de canonización y se presentó de modo formal a su
sucesor Arturo Rivera. Desde entonces recibió el título de Siervo de
Dios. El día 3 de febrero de 2015 fue reconocido por la Iglesia como
mártir «por odio a la fe» al ser aprobado por el papa Francisco el
decreto de martirio correspondiente. El día 23 de mayo del mismo año fue
beatificado en la plaza del Salvador del Mundo.
Se trata del primer salvadoreño en ser elevado a
los altares y el primer arzobispo mártir de América. Muy querido por su
pueblo mientras vivió y reconocido como santo, de inmediato tras su
muerte, por todos los que lo conocieron. Fue un signo de contradicción
en medio de un mundo golpeado por la violencia del poder constituido y
por las fuerzas contrarias.
Fue tildado de comunista por unos y de traidor por
otros. Fiel a la Palabra de Dios y a la Doctrina Social de la Iglesia,
reprobó toda violencia y fue víctima de la misma. Comprometido
totalmente con su pueblo llegó a decir «Que mi sangre sea semilla de
libertad». A nosotros nos enseña el camino de la paz, la entrega a los
más pobres y la denuncia profética de las injusticias. Rogad por
nosotros.
Con mi bendición y afecto.
† Salvador Giménez Valls. Obispo de Lleida