La santidad y la oración por los difuntos
Los primeros días de noviembre celebramos los
cristianos dos acontecimientos que nos mueven a reflexión, debido a las
connotaciones populares que las acompañan. La Fiesta de Todos los Santos
y la conmemoración de los fieles difuntos. Están situadas en el
calendario cristiano desde hace muchos siglos y son celebradas con
fervor por la comunidad creyente. Últimamente se han incorporado
manifestaciones de otras latitudes, que parecen pugnar con nuestra
propia tradición.
Vaya por delante un primer consejo para todos los
cristianos. No abandonéis nunca la costumbre de mostrar la alegría de la
santidad de tantos herma nos nuestros que, de forma anónima, vivieron a
la perfección el camino iniciado por Jesucristo, están en el cielo, y
desde allí interceden por todos nosotros. No olvidéis tampoco la oración
por todos los que han muerto, familiares, amigos y conocidos a fin de
que el Señor los pueda recibir en la gloria. La oración, unida al
recuerdo y al cariño que les profesamos, es muy intensa debido a que su
vida permanece en nuestra mente y en nuestro corazón. Son dos días que
no deben entrar en confusión para los cristianos, porque la motivación
religiosa de cada una de ellas es distinta. Por una parte, la alegría de
la santidad, y por otra, la tristeza vinculada a la esperanza. Ambos
sentimientos no son incompatibles si los vivimos como Jesucristo nos los
ha presentado en los evangelios. Recordad la escena en la casa de
Lázaro, la proclamación y el contenido de las bienaventuranzas, el adiós
a los Apóstoles antes de su Ascensión.
Para el primer día, os propongo las palabras del
papa Francisco en su Exhortación Gaudete et Exsultate, publicada el
pasado mes de marzo. Nos invita a reconocer que tenemos una ingente nube
de testigos que nos alientan y estimulan a seguir caminando hacia la
meta, entre los que puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras
personas cercanas. Hace referencia el actual papa a una frase de
Benedicto XVI: «La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me
sostiene y me conduce», y continuaba: «Me gusta ver la santidad en el
pueblo de Dios paciente» citando ejemplos concretos de la vida
ordinaria. Siguiendo la tradición de la Iglesia, el papa insiste en
hacer una llamada a la santidad a cada uno de nosotros, «cada uno por su
camino» sin obsesionarnos por copiar la santidad de otros, aunque
pueden ser estímulo y motivación suficiente para nosotros. Todos estamos
llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio
testimonio en las ocupaciones de cada día. Son páginas bellas,
provechosas y profundas.
Para el segundo día, os recuerdo una escena que
san Agustín cuenta en su famoso libro de las Confesiones cuando parecía
acercarse la muerte de su madre, santa Mónica. Conversaban los dos en
las cercanías de Roma recordando el pasado y, tras una breve reflexión,
ella le dijo: «Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí lo
ignoro, pues no espero nada de este mundo… deseaba verte cristiano antes
de morir… Dios me lo ha concedido con creces… ¿Qué hago ya en este
mundo?». En esos momentos finales de su vida el otro hijo deseó llevarla
a su patria en el norte de África, y ella le reprendió diciendo:
«Enterrad aquí a vuestra madre… Sepultad este cuerpo en cualquier lugar:
esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os
acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde
estéis.»
Es un buen consejo el que nos da esta piadosa y
bendita mujer. Nos ayuda en estos momentos, cuando acudimos al
cementerio y recordamos a nuestros difuntos, y nos acompaña durante el
resto del año en nuestras oraciones diarias por ellos. Con mi bendición y
afecto.
† Salvador Giménez Valls
Obispo de Lleida