Carta Semanal del Obispo de Lleida

Muros y puentes

Hay palabras que en determinados momentos se ponen de moda, porque definen de un modo rápido y gráfico una realidad presente en la sociedad y es soportada por un grupo humano. Es el caso de los términos muro y puente, que, usados metafóricamente en los medios de comunicación, sirven para expresar determinados comportamientos y hacernos  consciente de la necesidad de un cambio de actitud. Los dos términos se refieren a la relación entre sujetos libres y autónomos. Los puentes, que sirven para salvar las dificultades de los ríos y barrancos que nos encontramos a lo largo del camino, facilitan el encuentro entre las personas. Por contra, los  muros lo bloquean e impiden el abrazo fraterno. Tanto los puentes como los muros son construcciones humanas. Ambas nos sirven para manifestar actitudes distintas ante la vida: aquélla que busca como método el diálogo y aquélla que pretende la cerrazón y el olvido.

El camino de la Cuaresma para el cristiano debe concretarse en construir puentes entre los semejantes, y entre nosotros y Dios, en eliminar los muros que nos separan, enfrentan y malogran la convivencia fraterna. Imagino que algunos pensarán que esto es un objetivo de siempre y para todos. Pero el tiempo cuaresmal nos permite mirar con más intensidad el rostro de los que sufren, revisar nuestras inclinaciones egoístas y fomentar espacios de arrepentimiento y de perdón. Por las muchas veces que no actuamos como nos indica el Señor en el evangelio.
La responsabilidad del ser humano es tremenda: ser constructor de muros, duros y fríos como la piedra, altos para que nadie los sortee, anchos para impedir la alegría del encuentro, o ser constructor de puentes. Todos, en nuestros ámbitos familiares, laborales o sociales en los que estamos inmersos, participamos en uno u otro sentido. Nuestra iniciativa no puede agotarse en la denuncia o en la acusación ajena. Nos concierne a cada uno eliminar los gestos, las palabras y los deseos que actúan como muros de separación y desprecio. Por el contrario, es una obligación como cristianos tender puentes con los demás, también con Dios, favorecer todo aquello que nos acerca: el diálogo, el intercambio de ideas, la aceptación del otro, con su diversidad y  características que enriquecen y potencian. Ya sé que recordáis aquel texto de san Pablo, que decía que los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, dulzura y dominio de uno mismo (Gal 5,22). Son la base ineludible para construir los puentes necesarios.
Reconozco que es un asunto muy grave ver la desesperación y la tragedia de los hermanos emigrantes y refugiados. O la soledad, el desamor y el desprecio de tantos que conviven en nuestras casas y calles. Necesitamos ser exigentes y colaborar, desde una actitud fraterna y solidaria, en la solución de los problemas que entre todos hemos creado. A este respecto, Zygmunt Bauman, filósofo fallecido hace pocos meses, escribió un pequeño libro, Extraños llamando a la puerta, en el que aborda esta gran cuestión y donde podéis encontrar esta frase ”…la conversación seguiría siendo la vía directa al acuerdo y, por ende, a la coexistencia pacífica, mutuamente beneficiosa, cooperativa y solidaria”. Este mismo autor pone como ejemplo al papa Francisco, que nos llama a extirpar de nuestros corazones esa parte de Herodes que late en nosotros, y elogia el viaje papal a Lampedusa para estar cerca de la tragedia que viven a diario miles de hermanos huyendo del hambre o de la guerra.

                                                      +Salvador Giménez, bisbe de Lleida.