Todos somos o tenemos enfermos cerca
La enfermedad es una palabra que, con sólo oírla,
preocupa mucho al ser humano. Porque no se queda sólo en una descripción
nominal sino que se desvela como una realidad que envuelve y hace
preguntar por la propia finitud. Cuando esta realidad se hace patente en
el marco existencial, uno comprueba la fragilidad de su cuerpo y le es
difícil controlar sus reacciones ante la situación personal que le
sobreviene. Reacciones que van desde el miedo, la angustia, el rechazo,
la comprensión o la misma aceptación.
Todos los seres humanos hemos experimentado en
algún momento de la existencia los rasgos de la enfermedad. Podemos
afirmar que todos somos enfermos. Cuando tomamos conciencia de esa
realidad muchos se ejercitan en las situaciones aparentemente tranquilas
de salud para recibir con un alto grado de dignidad la visita de esa
dama inesperada que ha llamado a nuestra puerta.
Muchos tenemos cerca a familiares, amigos o
conocidos que sufren los embates de alguna enfermedad física o mental.
Lamentamos la situación, nos compadecemos, acompañamos con palabras y
gestos y, si se tercia, dedicamos parte de nuestro tiempo y nos
preocupamos de las dolencias ajenas cuidando con cariño y dando
consuelo.
Por descontado valoramos el esfuerzo y el trabajo
de tantos profesionales que se entregan para proporcionar la salud
perdida o para mitigar o eliminar el sufrimiento que produce el episodio
de la enfermedad. Acudimos a ellos con confianza por su sabiduría,
experiencia o pericia y depositamos en su buen hacer nuestra situación
corporal o psíquica. En algunas ocasiones sus palabras o sus
orientaciones nos producen perplejidad porque refieren un camino
irreversible del proceso.
Esos tres grandes grupos de personas son objeto de
nuestra dedicación pastoral. En el campo de la salud/enfermedad debemos
compartir y transmitir a quienes están inmersos en ello la cosmovisión
cristiana de la existencia. Aunque haya otras formas de entender y
afrontar la vida y la muerte, el sufrimiento y el gozo, la Iglesia
quiere dar a conocer su propia experiencia.
El discurso teológico cristiano asume la
complejidad de las dimensiones variadas de la enfermedad como referente
específico y las interpreta a la luz de la revelación, determinada
dentro del horizonte abierto de la fe, la creación y la redención en
Cristo, donde encuentran su lugar los temas del mal, el pecado, Satanás,
la Cruz, la salvación y la resurrección (Giampero Bof. Voz “Enfermedad”
del Diccionario de la Pastoral de la salud). Los cristianos queremos
que todas las situaciones de nuestra existencia sean abordadas y
experimentadas desde las palabras y los gestos de Jesús de Nazaret. Así
lo han hecho a lo largo de la historia muchos santos, que todos tenemos
en la memoria, para ellos mismos y cuidando a los enfermos que se
encontraban a su alrededor.
El día 11 de febrero celebramos la festividad de
la Virgen de Lourdes donde tantos enfermos y acompañantes acuden para
pedir ayuda y protección en los momentos límites de sus vidas. Yo mismo
comprobé con emoción la actitud piadosa, llena de confianza y esperanza,
que se percibía en los rostros de los peregrinos el pasado mes de
junio. Coincide con la Jornada Mundial del Enfermo que nos permite a
todos acercarnos a tantos lechos del dolor para regalar la misericordia y
la compasión del Señor, compartir con los cuidadores el amor y la
paciencia que necesitan ellos y sus enfermos, agradecer a los
profesionales su labor y reconocer la tarea de muchos grupos de la
Pastoral de la Salud existentes en tantas parroquias, que llevan el
consuelo y el ánimo esperanzado a los domicilios, clínicas y hospitales
de nuestra diócesis.
+Salvador Giménez, bisbe de Lleida.