60 años de Manos Unidas
Queridos diocesanos:
Cuando llega la segunda semana de febrero a todos
nos resulta normal el mensaje que nos hace llegar la organización de
Iglesia llamada MANOS UNIDAS alertando a nuestra sociedad de la tragedia
del hambre en muchas personas del mundo actual, promoviendo iniciativas
para atender programas y proyectos de los pueblos con mayores carencias
en el desarrollo económico y social y recordando a todas las
comunidades cristianas su deber de ayuda y solidaridad hacia los
hermanos del llamado tercer y cuarto mundo. Desde el principio de su
existencia la intuición del grupo de mujeres de Acción Católica se
dirigió a la ayuda de los países y comunidades humanas más pobres y ello
ha permitido que se situara fundamentalmente en el área de la
cooperación internacional. Y así continúan hasta hoy. Parece que tanto
los responsables como los colaboradores mantienen un intenso optimismo
con la esperanza puesta en el futuro para seguir ayudando. Seguro que el
Señor les premiará sus motivaciones, sus esfuerzos y sus tareas.
Por mi parte me siento obligado a colaborar con
mis palabras o con mis escritos en la difusión entre vosotros de esta
magnífica iniciativa porque visibiliza con mucha claridad las dos
dimensiones fundamentales de nuestra fe: la respuesta personal y
comunitaria a seguir a Jesucristo y la dedicación a solucionar los
problemas de los hermanos más pobres de la tierra. Habituados a
comentarios superficiales o a programas televisivos prescindibles y
escandalosos, que sólo vierten lo peor del ser humano sobre las miserias
morales de los demás, es aleccionador encontrar este modo de actuar de
Manos Unidas que ennoblece el corazón humano y saca lo mejor de sí para
que el prójimo sea atendido por su dignidad, que nace de ser hijos de
Dios y hermanos de todos.
La campaña de este año, centrada en el Ayuno
voluntario que se hace en tantas parroquias y en la petición de dinero
en múltiples centros escolares y lugares de culto, tiene un significado
especial: MANOS UNIDAS cumple 60 años y están de fiesta y de
agradecimiento. Desean compartir la alegría con todos nosotros y quieren
recoger el testigo de aquellas primeras mujeres de Acción Católica que
se comprometieron a luchar contra el hambre en todo el mundo, con un
ideal particular: remediar el hambre de PAN, el hambre de CULTURA y el
hambre de DIOS. Es un buen momento para recordar a las miles de mujeres,
muchas de ellas ya fallecidas, y para agradecer su labor por tratar de
humanizar con su acción este mundo tan competitivo, tan tecnológico, tan
globalizado e intercomunicado, renuente a considerar la persona como el
centro de todo.
Y así continúan hasta el día de hoy en todas las
diócesis españolas. También en la nuestra contamos con un grupo de
incondicionales en esta tarea de la organización. En nombre de todos les
agradezco su compromiso y su dedicación.
Una palabra final sobre el lema de este año:
CREEMOS EN LA IGUALDAD Y EN LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS. Quiere ser un
homenaje a esas mujeres que siguen en medio de las dificultades de la
historia construyendo familia, sosteniendo sus comunidades o poblados,
educando a sus hijos, cuidando su salud y promoviendo vida en todas sus
dimensiones. Manos Unidas lo hace no sólo con palabras sino con los
hechos que permanentemente explican a la sociedad. Os invito a cooperar
con esta benéfica institución que ha sido testigo privilegiado de la
ternura de Dios, de la alegría de la solidaridad y ha generado, por su
buena gestión y por su adecuada comunicación, una gran confianza entre
nosotros.
Con mi bendición y afecto.
+Salvador Giménez, obispo de Lleida.