Domingo de la Sagrada Familia y jornada de la Paz
Obispo de Lleida
La
Iglesia ha situado en este tiempo navideño la fiesta de la Sagrada
Familia. Se suele celebrar el domingo siguiente a la Navidad. Todos
sabéis que para los cristianos tiene mucha importancia el domingo, el
Día de Señor. En este día, junto con todos los miembros de la familia,
se participa en la celebración de la Eucaristía, dedicando la jornada al
descanso y facilitando así el encuentro de los seres queridos, a través
del diálogo y la cooperación en las distintas actividades lúdicas y
culturales.
En nuestro entorno se
vive con tanta intensidad el ambiente familiar que resulta muy coherente
esta fiesta cristiana. Las figuras de Jesús, María y José, formando un
conjunto con expresión de afecto mutuo y de dedicación al trabajo
doméstico o a la carpintería, con el padre y la madre rodeando al Niño
«que iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría,
y la gracia de
Dios estaba con él» (Lc 2,40), son un perfecto modelo para nuestras
familias y una constante intercesión para fomentar y promover unas
relaciones humanas más cercanas y fraternas.
Varias veces en estos
dos años he aludido por diferentes motivos a la institución familiar.
Han sido breves apuntes sobre la importancia de la familia, sobre la
formación de los hijos o la obligación de los padres en la educación de
la fe. No hemos olvidado la atención a los abuelos o, en general, a los
mayores que necesitan de la ayuda de todos los miembros de la familia.
En esta circunstancia siempre he unido el comentario referido a la
institución con otro gran tema, el de la paz. Para su recuerdo y
construcción responsable la Iglesia reserva el día 1 de enero.
Son dos grandes
asuntos, la familia y la paz, que merecen un estudio más detallado y una
atención más profunda. Me conformo con estas pocas líneas para
invitaros a un mayor compromiso personal de colaboración para construir
una familia unida, que vive, reza y participa en la paz cercana y en la
global. En este último caso sugiero la lectura del mensaje del Papa para
la Jornada Mundial de la Paz, que lleva como título «MIGRANTES Y
REFUGIADOS: HOMBRES Y MUJERES QUE BUSCAN LA PAZ».
Desde la aspiración
profunda de todas las personas y de todos los pueblos por buscar y
conseguir la paz que anuncian los ángeles a los pastores en la Navidad,
el Papa concreta su mensaje en los 250 millones de migrantes en el
mundo, de los que 22 son refugiados. Para ellos pide un espíritu de
misericordia y de acogida, sin magnificar los riesgos que ésta supone;
analiza los diversos motivos de los voluntarios y forzados
desplazamientos actuales para solici tar una mirada contemplativa que se
alimenta de la sabiduría de la fe, y añade citas bíblicas que la
enriquecen; es una mirada que sabe descubrir lo que los migrantes y
refugiados traen consigo, una mirada que permite la aceptación mutua y
la fraternidad de la única familia humana cuyo padre es Dios.
Como es habitual en sus
mensajes, el papa Francisco nos ofrece cuatro palabras como piedras
angulares para la acción: acoger, proteger, promover e integrar. Si
somos capaces de conjugar bien los cuatro verbos estaremos en la línea
que marca el correspondiente departamento de la Santa Sede, que
manifiesta el interés de la Iglesia católica sobre los pactos mundiales
de las Naciones Unidas para hacer realidad el «sueño» (de san Juan Pablo
II) de un mundo en paz. Termina el mensaje pidiendo la intercesión de
una santa, Francisca Javier Cabrini, que nació hace cien años y que
consagró su vida al servicio de los migrantes.
† Salvador Giménez VallsObispo de Lleida