Familia y Paz
Queridos diocesanos:
Las dos palabras que dan título a este comentario
son fundamentales para todo ciudadano y, por supuesto, con un
significado especial para todo cristiano. La familia y la paz son un
referente para la comunidad eclesial, y hunden sus raíces en los
escritos bíblicos. La Iglesia nos invita a valorar cada día más la
institución familiar, padre, madre e hijos, unidos por el amor y
apoyados en la gracia del sacramento del matrimonio. También nos invita a
traba jar por la paz en nuestro entorno vital y a pedir, no sólo como
un deseo, al Dios de la paz, la estabilidad pacífica entre los pueblos,
las culturas y las familias.
El trabajo y la implicación personal en la familia
deben permanecer siempre, y no solamente en momentos concretos, por
gusto o conveniencia de algún miembro de la misma. El desarrollo
armónico de la institución se hace visible si todos contribuimos con
nuestras cualidades y virtudes a favorecer la felicidad del resto. Lo
mismo ocurre con la paz a lo largo del año; nuestra petición no descansa
nunca porque siempre surgen brotes de violencia, de destrucción y de
muerte que nos obligan a una permanente reflexión sobre la capacidad del
ser humano en la construcción de la paz y rechazar el enfrentamiento y
la guerra entre hermanos. Sin embargo la Iglesia nos señala un día al
año, el domingo posterior a la Navidad, para que la familia en general y
la nuestra, en particular, sea motivo de contraste con la Sagrada
Familia de Nazaret.
Del mismo modo la propia Iglesia marca en nuestro
calendario un día, el primero del año, para que toda la comunidad se
comprometa con la paz y eleve preces a Dios para conseguirla. Dos breves
consideraciones en este domingo, para ambos temas, que ningún cristiano
puede olvi dar. En primer lugar sobre la familia, señalando el acento
que se nos propone para este año: la soledad. Esta situación afecta a
tantos en este mundo contemporáneo, paradójicamente tan conectado y de
fuertes lazos comunicativos.
Hay muchas personas que viven con disgusto y con
resignación la soledad, no sólo física sino existencial. Aquí no cuentan
ni edades ni ambientes económicos o culturales. Afecta a cualquiera;
pero aún más a la gente mayor, tanto en los hogares como en las
residencias. La Iglesia ante este problema de la soledad hace una
llamada a la familia. Es ella la que acoge, escucha y acompa ña, desde
el desinterés y la gratuidad, a todos sus componentes. No es bueno que
el hombre esté solo, se afirma en las primeras líneas de la Biblia como
una llamada a la lucha por la cercanía con quien tene - mos a nuestro
lado.
En un reciente documento el papa Francisco afirma
que «una de las mayores pobre zas de la cultura actual es la soledad», y
nos interpela a luchar para evitar que nadie viva solo y desamparado.
Preguntémonos cómo actuamos nosotros. En segundo lugar, qué decir sobre
la Jornada Mundial de la Paz instituida por el papa san Pablo VI hace
más de cincuenta años. Constantemente desde los más diversos ámbitos
eclesiales se nos insta a la oración y al compromiso por la paz. Sin
embargo, cuando vemos los intereses políticos y comerciales de nuestro
mundo, el egoísmo en las entrañas del ser humano, tenemos la gran
tentación y el gran peligro de desanimarnos en nuestra oración.
Pensamos que el objetivo de la paz es imposible. Y
esto no trae nada bueno para la humanidad, ni para nuestro entorno
social. Ni pesimismo ni desánimos. Sí constancia y trabajo. El lema que
este año nos propone la Iglesia es: «La buena política está al servicio
de la paz». Nos recuerda poner el acento en el compromiso político, como
variante de la caridad, y en la confianza mutua para una construcción
estable de la paz. Con mi bendición y afecto.
† Salvador Giménez Valls Obispo de Lleida