Tiempo de esperanza
Queridos diocesanos:
Así definimos este tiempo que empieza con el
domingo primero de Adviento. La Iglesia nos propone que cada cristiano y
que cada comunidad prepare las cuatro semanas previas a la Navidad con
sobriedad, humildad y autenticidad. La preparación para el Nacimiento de
Jesús exige unas actitudes personales y comunitarias acordes con el
acontecimiento que se acerca. No sólo puede invadir este tiempo el boato
externo, con las luces, los adornos y los cantos populares.
Necesitamos todos recobrar el espíritu de la cueva
de Belén: la austeridad, la escucha del otro, la alabanza a Dios por su
amor y por su redención, la sinceridad en la presentación de los dones,
el compartir lo nuestro con los demás, la capacidad del silencio, la
contemplación de la Luz y de la Verdad en medio de la noche, sin
importar el ruido que lo envuelve todo. Y, por encima de todo, la
oración como forma de hacer presente en nuestra vida la iniciativa y el
acompañamiento de Dios. El tiempo de Adviento requiere que nos
revistamos de la virtud de la esperanza, porque tenemos la convicción de
que la presencia del Señor en nuestra historia es una realidad que nos
impulsa a confiar que el cambio de modelo de actuación humana es
posible. Si contamos con Él podemos convertir nuestros miedos e
indecisiones en alegrías y solidaridad.
Este periodo de cuatro semanas de preparación,
para el cristiano, es un tiempo de espera. Se espera participar en un
objetivo marcado. También un tiempo de esperanza, como actitud que nos
guía y colabora en la anticipación de lo que se celebrará. Esperanza
como virtud regalada por Dios, que fija la seguridad en sus promesas
cumplidas. Es el caso del Nacimiento de Jesús. Por ello podemos decir
con justificación que el Adviento es tiempo de esperanza, y de ella nos
servimos para estar atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor, para
comprobar si se acomoda o no al estilo de vida del que va a nacer.
Si cada uno de nosotros tiene alguna
responsabilidad, grande o pequeña, en el mantenimiento o promoción de
las maldades que anunciaban los profetas, si tenemos o carecemos de
capacidad de purificación y de mejora, si estamos dispuestos a iniciar o
a continuar el camino de la conversión. Os recuerdo algunos datos que,
me parece, son conocidos por la inmensa mayoría. Disculpad la
reiteración. Con el tiempo de Adviento comienza el año cristiano, que
culmina con la Navidad, pequeño período de tres semanas que concluye con
el Bautismo del Señor. Tanto este tiempo de disposición interior ante
el nacimiento de Jesús como el resto del año miran al acontecimiento
fundamental: la muerte y Resurrección del Señor.
Las semanas previas, que empiezan con el Miércoles
de Ceniza, forman la etapa llamada tiempo de Cuaresma, tiempo en el que
nos preparamos para vivir con autenticidad la Semana Santa. Desde el
día de Pascua hasta el domingo de Pentecostés, ocho semanas, lo llamamos
Tiempo Pascual. En este tiempo la Iglesia vive y comunica la alegría de
la Resurrección.
A las restantes semanas del año, unas treinta y
ocho, las denominamos Tiempo Ordinario, que acaban a finales de
noviembre con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Es muy sencillo
acomodarlo a los meses del año, aunque, al no tener una fecha fija la
Pascua, puede variar en algunas semanas el ciclo completo del año
cristiano. Termino con una invitación para todos: que vivamos con
intensidad y coherencia este tiempo del Adviento. Con mi bendición y
afecto.
† Salvador Giménez Valls Obispo de Lleida