Una
noticia leída a mediados de abril en un medio de comunicación y con un
título parecido a éste, los obispos catalanes no se atreven a solicitar
la ayuda de la renta a sus diocesanos, me impulsó a escribir estas
líneas. Por convicción personal y por compromiso con la responsabilidad
pastoral que la Iglesia me ha encargado.
Repasando algunas notas e
informaciones sobre este tema caí en la cuenta de que el año pasado no
lo abordé aunque sí el anterior. Hago esta referencia porque no quiero
pecar de pesado por reiterativo en la petición de ayuda económica ni de
ausente por el silencio o por falta de atrevimiento para recordar a
todos el compromiso con la Iglesia Católica.
El marcar la casilla de la Iglesia en
el impreso es una decisión muy personal. No se permite ningún tipo de
coacción. Es la consecuencia clara de la radical libertad de todo
ciudadano que está obligado a cumplimentar la declaración anual de la
renta. Hay muchos otros que, por sus reducidos ingresos, están exentos
de esta obligación aunque reconocen su ayuda a la Iglesia de otras
muchas formas. A unos y a otros les agradezco su favorable disposición.
El marcar la referida casilla se ha
convertido también en un reflejo de la aceptación social de la misma
Iglesia. Parece pasar un examen para recibir el premio o el castigo de
los contribuyentes según se porte aquélla con relación a las propias
ideas o deseos de cada uno. Es curioso que en este caso se dan los dos
extremos del arco ideológico: el que borraría la casilla para que
Iglesia no recibiera un euro de nadie debido a sus prejuicios sobre la
historia pasada de la institución o por el mismo comportamiento de los
católicos situados en sus antípodas y, por el contrario, el que quiere
ajustar cuentas con su Iglesia y presume de negar en su declaración la
ayuda porque algunos miembros, generalmente los dirigentes o la
jerarquía, no se acomodan a sus planteamientos sociales o políticos. En
un caso o en otro se dispara un tic de repulsa que suena a desprecio o a
amenaza.
Me gustaría salir al paso de este
doble impulso que perjudica gravemente a todos aquellos que pueden
sentirse beneficiados por la acción de la misma Iglesia. Es mucho lo que
realiza en los distintos sectores que trabajan en favor del ser humano
en su integralidad, desde el culto y la enseñanza hasta los servicios de
atención a los más desfavorecidos. No hay compartimentos estancos; es
un todo global que permite la ayuda al ser humano ofreciendo la
cosmovisión cristiana de la vida y acentuando la fraternidad.
No dudo que la totalidad de los
católicos entenderá la apreciación anterior y habrá asegurado que él
mismo, o su gestor, haya marcado la “x” en la correspondiente casilla.
Aprovecho para invitar a marcar también la correspondiente a “otros
fines sociales”. Es posible canalizar una pequeña parte de nuestros
impuestos hacia ambos frentes. Tras una decisión muy personal, muy libre
y bien pensada. Me atrevo también a solicitar esta misma decisión y
ayuda a todos aquellos con otras convicciones pero que observan con
aprecio la labor de muchos católicos en el entorno. No creo que es
pedirles demasiado y lo hago desde la gran consideración que les
profeso.
En estas tierras ha descendido mucho
el número de solicitudes positivas para esta opción. Es cierto que en
nuestro caso debemos de hacer un gran esfuerzo por presentar las
actuaciones de la Iglesia con humildad y con verdadera convicción. Hay
mucha gente que empatiza con nuestro planteamiento. Sólo una palabra que
nace del corazón de todos los beneficiarios y en nombre de todos ellos:
gracias por vuestra opción favorable.
+ Salvador Giménez, obispo de Lleida