El día de los trabajadores
El día primero de mayo tiene unas resonancias
históricas muy determinadas. La fiesta se celebra desde hace más de 150
años en todos los países del mundo. Conmemora un acontecimiento
importante que afectó a la vida de unos trabajadores de una ciudad
americana. Se oponían a un sistema laboral que les perjudicaba en exceso
y reivindicaban unas condiciones dignas para trabajar y vivir. Era la
época de la llamada revolución industrial.
Esta jornada tiene unas fuertes resonancias
sociales que fijan su atención en las condiciones laborales, en las
tareas empresariales y en el sistema económico en general. Cada año se
oyen las mismas reivindicaciones, que se matizan y renuevan según las
circunstancias del momento sociopolítico de cada país. Son los
sindicatos de los trabajadores o las asociaciones profesionales los que
se encargan de modelar las peticiones para que el trabajador tenga un
trato digno y se reconozca su función fundamental en el sistema
productivo.
Es muy complejo nuestro mundo actual. Los sistemas
económicos, diversos y contrarios, coexisten. Las condiciones
laborales se superponen, o existen grandes diferencias. Por ello, no
todas las manifestaciones de los trabajadores tienen las mismas
características. Lo que ocurre en China es muy distinto de lo que ocurre
en la Unión Europea; el mundo laboral estadounidense queda muy lejos
del de los países empobrecidos; por no hablar de las diferencias entre
la clase trabajadora de los países arábigos y la de los países
latinoamericanos.
En los últimos años, y centrándonos en nuestro
entorno, hemos sufrido una tremenda crisis económico-social que ha
generado gran cantidad de parados y cierre de empresas. Esto ha afectado
muy negativamente al modo de vivir de nuestras gentes y ha tenido
consecuencias indudables en el marco del trabajo. Han apareciendo los
miedos y las angustias, los recelos y los egoísmos, la falta de
perspectivas vitales y la pérdida de esperanza en un futuro mejor.
Es más, da la impresión de que muchos ciudadanos
con empleo seguro y estable se han desentendido de la problemática
laboral, olvidándose del sufrimiento de sus semejantes, lo que
contradice el imperativo de fraternidad del evangelio.
Es de justicia que los cristianos nos preguntemos,
en este campo tan complejo, cómo actuamos y en qué nos comprometemos. A
qué nos obliga nuestra fe en Jesús de Nazaret y como construimos una
comunidad en la que todos se sientan hermanos. También muchos preguntan
reiteradamente el posicionamiento de la Iglesia ante la problemática
laboral y empresarial, que va desde un capitalismo salvaje o unas
políticas neoliberales hasta un marcado socialismo o un feroz y total
estatalismo.
Es sencillo responder que en todas las épocas la
Iglesia ha tenido una palabra iluminadora ante las realidades sociales,
que ha querido acompañar a los grupos humanos más desfavorecidos e
impulsar relaciones basadas en la justicia y en la solidaridad.
Ahí tenéis muchos documentos, desde la Rerum
Novarum (1891) hasta la Centesimus annus (1991), así como los repetidos
mensajes del papa Francisco que no se cansa de recordar la centralidad
de la persona en todo el sistema productivo, la importancia de unas
relaciones basadas en la dignidad, la decencia en el trabajo y la
búsqueda de vínculos fraternos evitando centrarse exclusivamente en el
enfrentamiento, la agresividad verbal o la lucha.
Él mismo les decía a los mejicanos el año pasado:
"Hoy están aquí diversas organizaciones de trabajadores y representantes
de cámaras y gremios empresariales. A primera vista podrían
considerarse antagonistas, pero les une una misma responsabilidad:
buscar generar espacios de trabajo digno y verdaderamente útil para la
sociedad, y especialmente para los jóvenes de esta tierra.”
+Salvador Giménez, Obispo de Lleida.