Los institutos de Vida Consagrada
Mucha gente desconoce el significado del
término «Vida Consagrada». Incluso muchos cristianos prefieren la
palabra religioso/a en lugar de miembro de una comunidad de vida
consagrada, porque reconocen su función y su trabajo en la Iglesia y,
tal vez, porque la segunda definición les resultademasiado técnica.
Trato en estas líneas de explicar la mencionada realidad eclesial y, de
paso, a compartir e invitar a todos a alegrarnos por la fies ta que
todas las comunidades religiosas celebran el día dos de febrero,
Solemnidad de la Presentación del Niño Jesús al Señor en el templo,
realizada por sus padres María y José, como una consagración definitiva.
En nombre de todos vosotros, doy muchas
felicitaciones y un gran agradecimiento por el servicio que tantos
religiosos prestan a nuestra sociedad, haciendo evidente la presencia de
la Iglesia. Muchos os habéis educado en sus centros de enseñanza y
otros los encontráis en los diversos servicios de atención a
dependientes, discapacitados o necesitados. ¿Qué es la Vida Consagrada?
Empiezo con la afirmación que hace el Concilio Vaticano II: «Es el
estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos,
aunque no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin
embargo, sin discusión a su vida y a su santidad» (LG 44). Y el
Catecismo explica que «los consejos evangélicos están propuestos en su
multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la
caridad… implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la
vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato
por el Reino, la pobreza y la obediencia» (n.o 915).
En nuestra diócesis viven varias comunidades
femeninas. Excepto una que es de vida contemplativa, las HH. Carmelitas,
todas las demás son de vida activa con dedicación al mundo de la
educación o de atención a los necesitados. También contamos con
comunidades masculinas, con especial atención al trabajo parroquial.
Muchos de vosotros conocéis a sus miembros y habéis colaborado con ellos
en distintos proyectos y actividades.
Me alegra comprobar el alto aprecio que nuestra
sociedad mantiene hacia todos ellos. Es más, me enorgullece cuando en
mis visitas parroquiales alguien me habla de algún familiar suyo,
perteneciente a una congregación, acentuando su profunda admiración por
su vida entregada a los demás. Especialmente muestran una gran
veneración hacia los que han fallecido, y siempre con palabras de
gratitud. Para la Iglesia es un gran regalo, que queda enriquecida por
la diversidad de carismas, gracias o sensibilidades de cada comunidad,
que ponen al servicio de la misma para la atención integral de la
sociedad. Cada congregación o instituto secular es fundado por la
intuición de un cristiano ejemplar, con sus propios rasgos psicológicos y
con plena disposición para la ayuda al prójimo.
Todos los fundadores manifiestan una motivación
especial en el sentido de que su principal misión nace de dar a conocer
el mensaje, la obra y la persona de Jesús a los demás. Prácticamente
todos ellos han dejado profundos y provechosos escritos que describen su
experiencia cristiana y que tanto bien han hecho a las gene - raciones
posteriores. A lo largo de los siglos la vida consagrada ha sufrido
distintas modulaciones y ha procurado tejer un claro compromiso con la
sociedad que la acogía. La Iglesia ha dejado constancia de este singular
modo de vida, ofreciéndola a todos los cristianos y animando a su
expansión. Uno de los últimos documentos de referencia, de san Juan
Pablo II, fruto de un Sí- nodo, se publicó en el año 1996 y tiene
precisamente como título LA VIDA CONSAGRADA.
† Salvador Giménez Valls
Obispo de Lérida