El viaje del Papa a Colombia
Cada día consumimos
tantas noticias que fácilmente unas tapan a otras, olvidándolas con
rapidez. No importa que sean impactantes o intrascendentes. Es tal el
aluvión de informaciones recibidas que nos cansamos pronto de su lectura
o visión. Y nos desentendemos de las mismas. Me gustaría recordar
algunas palabras del papa Francisco en su reciente viaje a Colombia. O
no tan reciente. Ha pasado poco más de un mes, y seguramente muchos lo
han olvidado. Sirvan estas líneas para volver a la actualidad de
aquellos días.
No cabe duda de que fue un acontecimiento muy
importante para todos los colombianos que acompañaron la presencia del
Papa, con oraciones, cantos y testimonios de vida. Escucharon y también
hablaron. Tanto el pontífice como el resto de acompañantes nos dieron,
con sus palabras, enseñanzas para nuestra propia reflexión. Todos sabéis
que Colombia ha sido azotada por enfrentamientos civiles, por el odio
de bandos y, lo que es peor, por una guerra interna que dura cincuenta
años. Y eso pesa mucho en el corazón de las gentes. Permanece como un
poso en los fondos de la sociedad de manera que las relaciones humanas
se vuelven refractarias a la justicia y a la fraternidad.
En ese contexto el Papa aceptó el viaje, con sus
riesgos y sus dificultades. Lo puso todo en manos de Dios, y se encontró
con una mayoría de católicos a los que quiso apelar recordando su fe y
su tradición. Seguramente no tenía otro interés que mostrarles, una vez
más, las palabras y gestos de Jesucristo que nos narran los evangelios.
Deseaba que todos se miraran en el espejo del Señor para volver a las
raíces del árbol de la reconciliación, de la paz y del perdón. Según
numerosos medios de comunicación social, el resultado del viaje fue un
éxito. Los desafíos que tenía por delante fueron superados.
El mundo entero percibió que se había ganado mucho
en el camino del entendimiento entre las distintas fuerzas sociales, y
eso mismo causó admiración. Muchos ojos volvieron a situarse en la onda
de las grandes y valiosas palabras evangélicas, fundamento de una
sociedad libre y justa. Es cierto que continúan los puntos negros de la
confrontación en otros lugares, pero podemos vislumbrar el camino que
conduce a la paz que, aunque a los seres humanos les cueste tanto
conseguir, es la aspiración constante de todos los pueblos. No puedo
hacer una crónica del viaje, ni resumir el contenido de todas las
alocuciones pronunciadas en los distintos encuentros y celebraciones
eucarísticas. Me permito recordar algunas frases que nos pueden afectar
también a nosotros, como un recordatorio de la acción papal.
Ni siquiera hay espacio para citar su procedencia
con exactitud. Son como pinceladas que nos golpean el corazón y nos
ayudan a actuar en consecuencia: —«Hay que rechazar la venganza y
construir la paz.»
—«El protagonista de la reconciliación es la gente, no una fracción o una élite.»
—«Urge a “que se rechace todo tipo de violencia”. No pierdan la paz por la cizaña.»
—«Todo esfuerzo de paz fracasa sin reconciliación, y ésta no significa legitimar las injusticias.»
—«Es la hora de sanar heridas, de tender puentes,
de limar diferencias. Es la hora de desactivar los odios, de renunciar a
las venganzas y de abrirse a la convivencia.»
El Papa también se emocionó al escuchar a una
mujer, Pastora Mira, a la que la violencia le arrebató la vida de su
padre, de su esposo y dos de sus hijos, llegando a cuidar a los asesinos
de sus seres queridos. Todo un testimonio de coherencia cristiana y
motivo para nuestra reflexión.
† Salvador Giménez Valls Obispo de Lérida