Carta semanal del Obispo de Lleida

La libertad de expresión y el insulto.
En estos últimos meses han proliferado sucesos y noticias sobrela libertad de expresión. El tema ha suscitado en la prensa escrita numerosos comentarios y opiniones. También en los medios audiovisuales se han organizado tertulias sobre la cuestión. Cada uno, con la ayuda de los comentaristas, se forma su propia opinión o se reafirma en la postura que previamente tenía. 

Nada que decir ante este derecho fundamental, reconocido por nuestra Constitución (art. 20), para expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones, que permite la libertad en la producción y creación literaria, artística y científico-técnica, la libertad de cátedra y la libertad de comunicar información veraz.
Estoy convencido de que el ejercicio de este derecho evidencia la salud democrática de una sociedad. Mi preocupación al escribir estas líneas está motivada por las numerosas faltas de respeto a los sentimientos religiosos de los creyentes, amparados por el derecho de libertad religiosa reconocido por la Constitución (art. 16) de los individuos y de las comunidades, sin más limitación en sus manifestaciones que la necesaria para mantener el orden público. Una ley orgánica posterior (año 1980) desarrolla este derecho limitándolo a la protección de la ejercida por los demás, sin forzar a nadie a declarar su sentimiento religioso, y con un mandato de cooperación del Estado con las distintas confesiones religiosas.
El Estatuto de Cataluña en su artículo 4, Derechos y principios rectores, y en el artículo 161, Relaciones con las entidades religiosas, también recoge la línea de aplicación de este derecho. Vivimos en una época en la que todos somos muy celosos de los derechos que nos asisten. No es mi intención entrar en una consideración jurídica, sino en una exhortación de marcado tinte moral dirigido sobre todo a los católicos, con el fin de recordarles la importancia de no devolver nunca los insultos ni responder con más odio a los que provocan tensión ante lo más sagrado de nuestra fe. Devolved bien por mal aunque quienes insultan, ofenden o se burlan de nuestros sentimientos tengan la osadía de afirmar que no pretendían molestar a nadie. Da la impresión de que se mofan dos veces.
A los cristianos nos preocupa la reiteración de estos actos, que se acercan al vandalismo y que muestran desprecio a lo más sagrado. Queremos colaborar a una convivencia digna entre todos y pedimos respeto para nuestros sentimientos. Constantemente se exige de la Iglesia la presentación de un rostro amable, de una buena acogi da a todos, de una empatía sin límites hacia cualquie ra que piense o crea distinto. Es una línea de actuación claramente evangélica, pero en nuestra ingenuidad tenemos derecho a quejarnos, a denunciar tamaña injusticia de falta de respeto y a solicitar acciones de defensa de nuestros derechos, amparados por las leyes.
También una palabra para los no creyentes. Pedimos su comprensión hacia los que se sienten ofendidos ante los ataques y desvaríos de unos cuantos. Que sepan responder, desde sus convicciones profundas, con el diálogo, con la búsqueda de la paz en la convivencia diaria y con la aceptación de quienes mantienen la cosmovisión cristiana. Todos tenemos el mismo derecho a ser respetados, combinando la libertad de expresión, que no es libertad para ofender o insultar, con la libertad religiosa que se desarrolla en la alabanza a Dios y en la atención al prójimo.
Termino con una recomendación, entre otras, que hacía en el año 2010 el Consell de l’Audiovisual de Catalunya: Respetar los sentimientos individuales y colectivos de modo que no se utilicen indebidamente, aunque sea en clave de humor, los símbolos representativos para las personas que profesan una confesión religiosa.
† Salvador Giménez Valls Obispo de Lleida