Carta semanal del Obispo de Lleida

La rutina de la vida ordinaria

Tras el bullicio y las celebraciones de las últimas fiestas que han puesto el acento en los aspectos más entrañables y extraordinarios de nuestro interior, se abre paso otro período de tiempo que se caracteriza por lo más rutinario. No hay fiestas en un tiempo cercano, no nos anuncian viajes a cualquier parte del mundo, no nos ofrecen descanso sin límites ni nadie alimenta nuestros deseos de evadirnos de la cruda realidad diaria.
Es el tiempo de la rutina, de repetir cada día lo mismo tanto en la vida familiar como en la escolar y en la laboral. Y ello tiene sus dificultades porque aceptar la vida ordinaria nos puede llevar al aburrimiento y a la melancolía. También tiene sus ventajas si sabemos aprovechar esta circunstancia para el sosiego, el silencio y la serenidad en la conversación y en el trato con nuestros semejantes. Es una buena oportunidad para comprobar que vivimos junto a otras personas que necesitan de nuestra palabra, de nuestro consejo y de nuestra compañía.

Me permito ofreceros esta reflexión que me ha servido para la propia circunstancia personal. Todo tiempo tiene unas virtualidades que deben ser aprovechadas para crecer en estatura, para madurar en personalidad y para ayudar a nuestro prójimo. Ignoro si exagero al decir que estamos cansados de pasear por las calles llenas de gentes, por escuchar continuamente la misma música, por repetir comidas y encuentros familiares o vernos obligados a mostrar cara de felicidad. Seguro que a muchos de vosotros os ha permitido celebrar con entrañable sentido las fiestas de Navidad. Terminando con la cabalgata de Reyes en la que hemos disfrutado viendo el rostro de los más pequeños de nuestras familias y de los vecinos y amigos. En mi caso cada día de fiesta he intentado acomodarlo a la celebración de un aspecto de la vida del Señor. Y así lo he predicado a las personas que me han acompañado en los distintos momentos. He querido no olvidar a todos aquellos que tenían un gran sufrimiento en sus vidas a causa de la enfermedad, trabajo o desamor.
Y ahora de nuevo la vida normal. Me gustaría saber aprovechar esta oportunidad para ayudar más y mejor a los que viven cerca de mí. Podría aplicar el consejo del papa Francisco que resume en tres verbos: acompañar, discernir, integrar, pensando en las personas que colaboran conmigo. O podría ofreceros el consejo amplio del mismo pontífice en La alegría del amor en el capítulo Nuestro amor cotidiano hablando de paciencia, actitud de servicio, sanando la envidia, amabilidad, desprendimiento, sin violencia interior, perdón, alegrarse con los demás, disculpa todo, confía, espera, soporta todo.
 Es bueno que los padres de familia dediquen más tiempo a la conversación reposada entre ellos y a estar al tanto de las preocupaciones y aficiones de los hijos; atentos a sus colegios, a sus cuadrillas de amigos, a sus deberes, a sus momentos de ocio. Es bueno que los abuelos se sientan útiles y se vean siempre acompañados y queridos. Es bueno que los jóvenes busquen dedicar parte de su tiempo al servicio de los demás; hay demasiada gente que les espera. Es bueno que quienes tienen la suerte de un empleo se esmeren a cumplirlo con exquisitez porque repercute en beneficio de los otros. Es bueno que los parados, los enfermos, los que han venido de fuera, los que no ven un futuro claro obtengan la solidaridad nuestra en todos los sentidos.
Os invito a que en todo momento deis sentido cristiano a vuestras ocupaciones y preocupaciones aunque parezca un tiempo lleno de rutina.

                                                                        +Salvador Giménez, bisbe de Lleida.